domingo, 12 de febrero de 2012

-Capítulo 6

Ante eso su madre adoptó una actitud fría y convirtió su rostro en una máscara inexpresiva y contestó:
           
            -Aquí la única a la que solo le importa ella misma eres tú. Tanto tiempo esforzándote en negar que alguien se ha ido y solo te ha servido para irte tú también. Y lo peor es que nos has condenado a los demás a compartir contigo ese castigo. Yo, por mi parte, intento con todo mi ser quitarme de encima el peso al que me han sentenciado. Si tú misma no te ayudas, ¿por qué he de hacerlo yo? Soy tu madre, no el verdugo que te quiere torturar. Acéptalo, tú eres tu única asesina.

            La voz de Sandra fue incluso más gélida que su actitud. Amanda sintió como si la estuvieran abofeteando, solo que era peor porque en su interior sabía que todo lo que su madre le estaba diciendo era verdad, la pura verdad, después de tantos psicólogos y tantas tonterías, su madre había acertado mejor que cualquier doctor especializado a la que habían llevado ese verano. Pero claro, era su madre, aparte de su abuelo una de las personas a las que estaba unidas (estaba, en pasado; era deprimente como parecía haber perdido tanto en unos meses, más que perdido lo había arrojado al río como si fueran simple pan para los peces). En un instante recordó como solía burlarse su madre de ella de predecible cuando apenas empezó a hablar. Una vocecita en el fondo de su mente se preguntó si después de todo, su madre lo había sabido todo antes de ir a la primera consulta. Seguramente tenía la esperanza de estar equivocada. 

            La persona siempre dispuesta a acarrear con todos los problemas y responsabilidades a sus hombros parecía haberse cansado de la abundante carga y la había dejado con Amanda, ahí a sus pies con esa acusación. No era como algo metafórico sino como algo totalmente real.

            Después de unos minutos de silencio lleno de acusaciones y remordimientos por parte de Amanda y Sandra y de la incomodidad de Yala, Amanda se arrojó a los brazos de su madre que inmediatamente se destapó del comportamiento distante y la abrazó con fuerza mientras su hija rompía a llorar. En sí este hecho no debería haberla sorprendido pero lloraba con tanta fuerza y con... vida. Era como el llanto de un niño, de un bebé que no sabe cómo enfrentarse al mundo por su debilidad y pide ayuda.

            Antes de esta situación inesperada Sandra había tenido miedo de que las terribles palabras que habían salido de su boca con la injusticia del reproche por parte de su hija tuvieran por consecuencia un empeoramiento en Amanda pero sorprendentemente habían tenido el efecto contrario.

Poco a poco el fuerte llanto de Amanda se fue convirtiendo en sollozos.

            -Lo sé. Lo siento, lo siento mucho. Me he portado fatal. Volveré, volveré a la normalidad. Es verdad -no paraba de lamentarse, parecía que por fin había estallado su burbuja de aislamiento y de pronto y de golpe veía todos los problemas que había dejado tras de sí en su aturdimiento más allá de la venda que le había tapado los ojos.