viernes, 14 de octubre de 2011

-Capítulo 3


            Al girarse con las dos galletas en la mano, Yala ya se había recompuesto y había logrado contener la cantidad de palabras desagradables que pensaba con respecto a la especie de monstruo que se había convertido Amanda.

            -¿Recuerdas cuando acompañábamos al abuelo al hospital y veíamos enfermos con batas que le venían gigantes y la mayoría eran jóvenes a las que jamás se les veía comer o hablar? -preguntó, pero más que Amanda, Yala se lo preguntó al vacío de la habitación ya que no esperaba respuesta.

            Amanda ya se había comido las galletas mientras se sentaba en la silla de al lado de la ventana y más tarde se volvía a tapar. La chica ya sabía a donde quería llegar su abuela, tan solo había tardado una pequeña fracción de segundo en volver a visualizar esos recuerdos ya que era los que más había visitado en la oscura y silenciosa noche y en la mañana cuando miraba por la ventana. Aunque la pregunta de su abuela era retórica ella asintió lentamente.

            -Lo siento, Amanda. Pero de verdad, debes comer, caminar, vuelve a estudiar... -después de una pausa tremendamente pesada la anciana añadió-, vuelve a vivir.

            -Creía que tú me comprendías -murmuró Amanda en voz baja, con tono decepcionado y triste.

            -Te comprendo, pero debes superarlo.

            -¿Superarlo u olvidar? -gritó la chica, tan furiosa que se levantó de la silla-. Porque todos decís que he de superarlo pero en el fondo lo que queréis decir es que olvide a mi abuelo -Amanda seguía chillando, pero al final de la frase se le quebró la voz.

            -Sabes que no es así. No queremos... -al decir esto Yala se corrigió automáticamente-, no quiero que olvides a tu abuelo, eso me dolería, pero piensa, ¿no sería eso mejor que hacerte daño a ti misma y hacer daño a los demás?

            Amanda ya sabía que hacía daño a los que la querían comportándose de esa manera, de hecho muchas veces se había pasado las noches llorando, no solo por la amarga idea de haber perdido a su abuelo sino por la culpabilidad que sentía por estar alejándose de todo y que todos a su alrededor intentaban acercarse a ella pero Amanda no se sentía capaz, no podía.

            Impotente ante la realidad de las palabras de su abuela, Amanda se dejó aplastar por completo y cayó al suelo sobre las rodillas. Yala se acercó a ella y cuando Amanda pudo levantarse sin perder el equilibrio su abuela le ayudó a volver a sentarse y estuvieron hablando durante horas de los bonitos recuerdos que aún les quedaban del pasado.

            El reloj de la mesita de noche marcaba las doce del mediodía cuando por la puerta entraba de nuevo la madre de Amanda con un vaso de agua en la mano izquierda y una pastilla redonda y chata dentro de éste disolviéndose. La madre de Amanda cruzó la habitación con cara suplicante, pero al ver la bandeja totalmente vacía -ya que las restantes galletas se las había comido Amanda mientras hablaba con Yala- en su rostro brotó una sonrisa sincera que no había relucido desde hacía demasiado tiempo.
         

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